jueves, 2 de junio de 2016

Raquel Delgado

América precolombina
 
File:Navajo medicine man.jpg
 
El vasto territorio del continente americano acogió durante todo el período histórico previo a su descubrimiento por Europa a todo tipo de sociedades, culturas y civilizaciones, por lo que pueden encontrarse ejemplos de la medicina neolítica más primitiva, de chamanismo, y de una medicina casi técnica alcanzada por los mayas, los incas y los aztecas durante sus épocas de máximo esplendor.

Existen, sin embargo, algunas similitudes, como una concepción mágico-teúrgica de la enfermedad como castigo divino, y la existencia de individuos especialmente vinculados a los dioses, capaces de ejercer las funciones de sanador.

Entre los incas se encontraban médicos del Inca (hampi camayoc) y médicos del pueblo (ccamasmas), con ciertas habilidades quirúrgicas fruto del ejercicio de sacrificios rituales, así como con un vasto conocimiento herborístico.

Entre las plantas medicinales más usadas se encontraban la coca (Erytroxilon coca), el yagé (Banisteriopsis caapi), el yopo (Piptadenia peregrina), el pericá (Virola colophila), el tabaco (Nicotiana tabacum), el yoco (Paulinia yoco) o el curare y algunas daturas como agentes anestésicos.

El médico maya (ah-men) era propiamente un sacerdote especializado que heredaba el cargo por linaje familiar, aunque también cabe destacar el desarrollo farmacológico, reflejado en las más de cuatrocientas recetas compiladas por R. L. Roys.

La civilización azteca desarrolló un cuerpo de conocimientos médicos extenso y complejo, del que quedan noticias en dos códices: el Códice Sahagún y el Códice Badiano.

Este último, de Juan Badiano, compila buena parte de las técnicas conocidas por el indígena Martín de la Cruz (1552), que incluye un curioso listado de síntomas que presentan los individuos que van a morir.

Cabe destacar el hallazgo de la primera escuela de medicina en Monte Albán, próximo a Oaxaca, datada en torno al año 250 de nuestra era, donde se han encontrado unos grabados anatómicos entre los que parece encontrase una intervención de cesárea, así como la descripción de diferentes intervenciones menores, como la extracción de piezas dentarias, la reducción de fracturas o el drenaje de abscesos.

Entre los aztecas se establecía una diferencia entre el médico empírico (de nuevo el equivalente del «barbero» tardomedieval europeo) o tepatl y el médico chamán (ticitl), más versado en procedimientos mágicos.

Incluso algunos sanadores se podían especializar en áreas concretas encontrándose ejemplos en el códice Magliabecchi de fisioterapeutas, comadronas o cirujanos.

El traumatólogo o »componedor de huesos» era conocido como teomiquetzan, experto sobre todo en heridas y traumatismos producidos en combate.

La tlamatlquiticitl o comadrona hacía seguimientos del embarazo pero podía realizar embriotomías en caso de aborto.

Es de destacar el uso de oxitócicos (estimulantes de la contracción uterina) presentes en una planta, el cihuapatl.

Francisco López de Gómara, en su Historia de Indias, relata también las diferentes prácticas médicas con las que se encontraron los conquistadores españoles.

Los primeros registros que se pueden obtener de las actividades humanas en nuestro zona sólo se encuentran en los hallazgos arqueológicos que nos muestran una sociedad de cazadores y nómadas hacia finales del paleolítico, cuyas muestras de organización son evidentes, pero todavía sin registros útiles a nuestro propósito. Hacia finales de esta era los yacimientos más antiguos en el sur de Colombia y norte del Ecuador, en territorio de los ingas, tienen una antigüedad de 8.000 años a.C.

En los yacimientos de El Abra y Tequendama, * Médico Anestesiólogo, Miembro de Número de la Academia Nacional de Medicina, Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de Historia, Miembro de la Sociedad de Historia de la Medicina. cuya procedencia estaría fechada un milenio antes de nuestra era, muestran en sus estratos inferiores elementos líticos de caza y restos funerarios ya asociados a ofrendas en materiales de hueso, cuerno y piedra que no permiten la detección de sus costumbres.

En los restos humanos no se han reportado tampoco lesiones traumáticas, y probablemente las actividades importantes eran la caza y paralelamente la recolección, puesto que ya se encuentran utensilios de preparación de semillas y frutos, en lo que presupone un conocimiento incipiente del reino vegetal.

En algunos de los vestigios arqueológicos, como en la excavación de Aguazuque (Soacha, Cundinamarca; 3000 años a.C.) a diferencia de la concepción paradisíaca y sin enfermedades que se suele tener acerca de las culturas originales americanas, describe Correal la existencia de cerca de un 73.5% de enfermedades y lesiones osteoarti-culares compatibles con osteoartritis probablemente relacionada, entre otras, con sobrecarga física, periostitis, osteoporosis, lesiones dentales, abscesos alveolares, y caries, enfermedades hoy reconocidas por sus características dolorosas.

 Es factible suponer que en esta época ya se habían iniciado los procesos de adaptación milenaria al ecosistema, dentro de los cuales la utilización de plantas con fines medicinales sea tal vez una de las más importantes, siendo el dolor el primer síntoma enfermedad que pudieron conocer. 

La constitución del conocimiento médico prehispánico, traducido en la magnificencia de los grandes “herbolarios” descritos por los españoles acerca del conocimiento indígena tradicional de los efectos curativos de las plantas, traduce la afirmación de Velásquez, uno de los estudiosos de la farmacia natural indígena: “ …después de cuatro siglos de investigación terapéutica metódica, todavía debemos más a los salvajes que a los sabios; tal es en medicina el poder de la experiencia acumulada aunque la acumule la ignorancia.”

Los grupos precolombinos de la América Latina, ampliaron el universo de su cultura después de conocer mejor el medio ambiente en que se desarrollaban y la observación de los fenómenos de la naturaleza que dio origen a su religión astral y a sus numerosas deidades tradicionales.

Todavía hoy esos conocimientos vernáculos sobre las plantas no se han olvidado entre las tribus selváticas que aún subsisten en Colombia y en general en toda América y la medicina moderna saca provecho de esa milenaria experiencia de nuestros indígenas a medida que se conoce mejor su etnobotánica, enriquecida con la farmacopea traída por los peninsulares, con la que vinieron también toda suerte de creencias fantásticas y de prácticas curativas exóticas, que erróneamente suelen considerarse como de extracción aborigen o propias de los grupos de color.


José Pérez de Barradas, bien conocido entre nosotros por sus estudios sobre la cultura arqueológica de San Agustín, nos trae en su obra Plantas Mágicas Americanas, una detallada descripción de algunas de estas extrañas creencias de los europeos de entonces, en relación con el origen de las enfermedades y con los medios populares para combatirlas. (21) “El chupar las heridas infectadas – escribe este connotado investigador español – era práctica preconizada por la famosa escuela de Salerno; la saliva se consideraba como un fluido lleno de virtudes curativas; el remedio más famoso era la triaca, que se preparaba con sangre de víbora y setenta y tres elementos más.

Los cuatro medicamentos más valiosos de la época eran triaca, piedra bezoar, la momia pulverizada de Egipto y el cuerno del unicornio. Tanto los reyes de Inglaterra como los de Francia (estos últimos hasta la coronación de Carlos X en 1824), curaban ciertas enfermedades llamadas genéricamente Mal del Rey, por la imposición de manos.

La cura de las heridas se hacía al mismo tiempo que ciertas prácticas sobre las armas que las habían causado. Guillermo de Orange (Guillermo III de Inglaterra) usaba como medicamento ojos de cangrejo secos y molidos. La araña metida en un saco curaba las convulsiones; llevando corales se estaba a salvo de la malaria, y del reumatismo se hacía con castañas de Indias. Una serpiente al cuello curaba el bocio.

Todo esto sin contar supersticiones tan arraigadas como la quiromancia, la astrología y la brujería.” Debido a la ausencia de la escritura entre nuestros pueblos, los primeros registros que se pueden encontrar en las civilizaciones antiguas dependen fundamentalmente del análisis de los objetos y utensilios encontrados en las excavaciones arqueológicas, los cuales se hacen más ricos a medida que avanza su desarrollo en épocas más tardías.

De esta forma, la observación, y reproducción de las imágenes de la vida real a través de la pintura, escultura, cerámica y otras artes descriptivas, son la única clave para su descubrimiento, lo cual contrasta con el desarrollo de las civilizaciones que las poseyeron. Dentro del contexto universal, la historia en la época antigua suele relacionar el dolor y su tratamiento fundamentalmente con la filosofía, ya que la mayor parte de medicinas antiguas se apoyaban en ella para explicar el origen y la constitución de la naturaleza.










 

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